“Claro que sí. Vivo cerca del Centro de Lima. Lo conozco como mi barrio”, le había dicho a
Cinthia.
-Parece que no sales mucho, no sabes dónde estamos –dijo ella al verme vagando por las calles totalmente despreocupado.
-Sí sé, solo que no me acuerdo –me defendí.
Frente a nosotros una biblioteca. Entramos para hacer hora.
En aquel día de San Valentín, todas las parejas del grupo salían juntas, y como yo quería ir a una Feria y a un Museo cerca del Centro y ella a unas Galerías para comprar videos y al Parque de la Exposición, decidimos pasar toda la mañana juntos.
Hicimos el acuerdo en secreto, sin que nadie se enterara. No queríamos que los demás pensasen que era una cita. No. Eso era imposible; bueno, no tan imposible, porque después de todo si fue una cita.
Ya en la Biblioteca estuvimos comentando y riéndonos de lo que nos acababa de suceder. Pasando por la Alameda Chabuca Granda, una maldita chiquilla hija del demonio se paró delante de nosotros y dijo: “Casero, compré unas flores para su enamorada”. Y así nos siguió por toda la plaza. No sé que fue lo que más me asombró: el hecho que esta churupaca me obligara a comprarle las flores (porque de tanta insistencia lo hice) o el hecho que asombrosamente tuviera una enamorada.
Desconozco que fue lo que me incomodó. Pero quise y le dije a Cinthia que se deshiciera de las maldecidas flores. Ella (que supongo yo no es común que le regalen flores) trató de parecer que las flores tampoco le importaban, puesto que si no éramos enamorados ni nada parecido no había porque quedárselas.
Caminamos y caminamos, y Cinthia no desechaba el ramo. Estando por La Muralla, viendo que nadie nos observaba, agarré con fuerza las flores, las quité de su mano y las arrojé al río. No saben cuánto alivio sentí.
Siendo más del mediodía salimos de la Biblioteca. Y a las tres más o menos fuimos juntos al lugar acordado para esperar a los demás del grupo. Pasaríamos la noche en la Fuente Mágica del Agua (que personalmente creo es un desperdicio de agua). Nos divertimos.
-Cristopher me llamó y me avisó que no iba a venir; su mamá lo castigó –les avisé.
-Asu, qué roche –acertó Angélica haciendo muecas.
Y como todos los planes no son exactos. Únicamente fuimos al Parque del Agua: Andy y Michel, Clara y Margorie, Luís, Angélica, Cinthia y yo.
Andy y Michel, los recién enamorados, estaban más melosos que de costumbre.
Aquí el gran error: En medio del juego y las risas lo primero que hicimos fue mojarnos en una pileta que se cerraba y se abría. Yo arrojé a todas y las bañé todititito. Fue como un show de politos mojados. Pero, claro, al final yo también terminé empapado, como un pollo mojado.
Nadie reparó que adentro del Parque no venden comida; perdón, fue peor: nadie reparó que esa noche del 14 de febrero iba hacer un frío de la gran puta.
Yo vestía un polo blanco de tela delgada (ja!, cómo si tuviera que mostrar) y eso me hacía ver más flaco de lo que soy, y un pantalón negro que pesaba mucho y ahora mucho más ya que estaba mojado. Y los demás andaban igual.
Nos enteramos que dentro de pocos minutos comenzaría un concierto en el estrado del Parque, que quedaba diagonalmente opuesto a donde estábamos. A paso de tortuga fuimos para allá.
Yo que soy recontra friolento, estaba temblando escandalosamente. Luís, muy precavido, había llevado una casaca polar por si acaso. Y al verme temblando se apiado. No me dio su casaca, no. Alargó su brazo derecho y me abrazó. Ay, qué rico abrazo. Y así con su brazo rodeando mi cuello y bien pegaditos me fui calentando (esta frase no tiene nada de sugerente, porsiaca). De pronto, se acerca Cinthia y dice que también tiene frío y lo abraza. Luís todo caballeroso le regala su otro brazo.
Y así estuvimos yendo de un extremo a otro para el conciertillo. Y la gente cuchichiaba al ver a Cinthia, Luís y a mí, abrazado, inseparables, y yo y Cinthia tomábamos a Luís de la cintura (luego me contaron que salimos en la tv). Cuando llegamos al concierto, estaba un grupo de rock cantando muy bacán.
No nos dimos cuenta, pero Andy y Michel ya no estaban. Los mal intencionados dicen que Andy tenía un amigo que regentaba un hostal muy cerca de ahí. Y Margorie se encontró con su novio, que parecía un matón, y se fueron juntos, Dios sabe dónde.
Me quejo públicamente y Angélica me aconseja que para el frío es muy bueno que baile, y yo le advierto que solo lo haría si ella bailaba conmigo. Y los dos, en medio del césped, tapándoles la vista a los demás, bailamos unas canciones de los 80’ que el mismo grupo de rock cantaba. Y ambos bailábamos muy mal.
Y luego ingreso un grupo de cumbia. Y le dije a Angélica que eso no bailaba. “Te enseño entonces” amenazó. Y después de pocos minutos estuve dando pasitos cumbiamberos y cantando al son de las “Traviesas de la Cumbia” o algo así. Y de esto último nunca me voy a olvidar.
Eran ya más de las 10 y media. Y muchos se preocuparon. Desde el Parque de las Aguas hasta Surco o Ventanilla iban a llegar a las 12 o más. Y los malditos taxis cobraban carísimos, y plata nos faltaba. Caminamos cuadras de cuadras, Luís, Cinthia y yo fuimos los últimos en irnos y tomamos un bus.
Ahí riéndonos de ese día, no sé cómo comenzamos a meternos en el tema, pero (una vez más) discutíamos Cinthia y yo. Aquella vez Cinthia ganó y me hizo quedar como un tonto.
No sé si ella sentía algo por mí, pero conociéndola me lo hubiera dicho; es decir, se me hubiese declarado. Pero mejor que no pasó, porque no hubiera sabido que hacer. Era una gran amiga pero de ahí nada más, y yo soy muy lerdo con las chicas, y muy estúpido para no herirlas.
Nunca olvidaré aquel día del 14 de febrero.